Recuerdo aquel trece. Claro. Lo recuerdo bien. Lo vivimos cada día. El inmenso dolor, la nebulosa de lo inesperado, la apremiante y agotadora llamada a dar pasos, la flojera en las piernas, el asidero a la esperanza. Y recuerdo que volvimos a casa de recibir el diagnóstico y tú estabas con esa sonrisa. Esa que sigo viendo cada día y que me hace sentir afortunado. Aquí seguimos, hijo, viviendo aquella promesa que te hicimos ama y yo y que renovamos cada día “Tú aguanta, tío, que nosotros siempre vamos a estar a tu lado”. No nos dimos cuenta, no. Que la promesa era la tuya aunque no la expresaras con palabras, “Aguantad, que yo siempre voy a hacer todo lo que esté en mi cuerpo para ser feliz. Aguantad porque cada día os voy a enseñar a estrujar la vida; a valorarla, a vivirla. Vivir la felicidad escondida en las pequeñas cosas. Juntos haremos que el tiempo pase lento cuando nos sea propicio y empujaremos las agujas cuando duela. Vamos, que queda hoy y quizás mañana, pero que mañana nos pille con hoy vivido. Vamos a vivir a tope. Y vamos a ir ligeros para que la carga no nos frene. No vamos a necesitar mucho: Tan sólo a nosotros”.

Gracias a todos los que nos acompañáis y nos queréis cada día, amigos. Los que lloráis, cantáis y reís con “nosotros”. Gracias por hacer ese “nosotros” en el que también estáis, tan grande y tan profundo. Tanto que hace que vivir sea posible y maravilloso. Gracias de nuestra parte y de la de nuestro capitán.

Os queremos.


© Mikel Renteria. Año 2020