He tardado muchos días en dar señales porque he ido transitando por muchos sentimientos hasta conseguir aterrizar en el que sabía que debía permanecer y mover mi conducta.
Compasión.
La capacidad de sentir el sufrimiento con el que sufre y actuar sobre él para aliviarlo. Dolor. Sí, eso siento, sobre todo. Estos días me están recordando mucho a los meses que tuvimos que vivir enclaustrados cuando a nuestro hijo le hicieron el trasplante de médula. Cualquier bacteria; cualquier virus podrían hacer que muriera. Después de aquellos 6 meses en 2009, nos ha tocado vivir otros momentos de encierro… pero estos días, recuerdan a aquellos. Me dolía mi hijo; su sufrimiento. Desde entonces, de alguna manera aquel confinamiento se ha convertido en un día a día. Me duele mi hijo; su sufrimiento y trato de aliviarlo como una conducta que guía mi vida. Ese camino no ha reblandecido mi espalda, pero sí ha hecho que tenga una frente más blanda que tira un poco abajo mis lamentables y duras corazas(mi egoísmo, mis miedos, mi vanidad, …) y me hace estar más atento al dolor y a sentirlo con más intensidad. Y ese camino, bien al contrario de ser tormentoso, ha sido un camino que me ha hecho más profundamente feliz. Un camino en el que me queda todo por recorrer cada día. Un camino en el que me tropiezo con mis limitaciones y mis pequeñeces a cada paso.
Estos días me duelen muchas personas que siento sufriendo. Enfermeros, médicas, auxiliares, transportistas, personal de la limpieza, enfermos, familiares de los enfermos, personas dependientes que no pueden valerse por sí mismas, personas solas, personas que están perdiendo personas que quieren, personas que están viendo cómo sus familiares se apagan sin poder consolarles, personas que están muriendo sin poder despedirse de las personas que quieren, personas que están teniendo que ir a trabajar con miedo sabiendo que eso puede suponer enfermar, quizás morir y quizás hacer que tus seres queridos puedan morir, las personas que están teniendo que tomar decisiones terribles, difíciles, imposibles, que se están dejando su vida, su salud, y su alma por tantos…. Me duele. Me duele. Y quiero que me duela. No quiero evadirme de ese dolor. Quiero ser muy consciente de él. Quiero que sepas que me duele tu dolor. Quiero que sepas que lo siento. Que lo siento mucho. Y quiero que el dolor sea el que me mueva estos días; estas semanas por delante, a actuar compasivamente. Sólo así todo lo que haga o deje de hacer será auténtico; será verdad y estará guiado por la compasión; por la capacidad de sentir el sufrimiento y tratar de aliviarlo. Creo que sólo así el optimismo no es banalidad sino generador de esperanza, la exposición y la exhibición no esconde vanidad sino servicio, la sonrisa y la risa no son evasión de la realidad sino búsqueda de alivio, las renuncias no son un ejercicio filosófico o obligado sino comprometido …
Sí, siento dolor. Y también siento admiración por todas las personas que estáis siendo realmente compasivas y que estáis siendo ejemplo estos días. Algunas simplemente estando quietas en casa por compasión, otras que estáis arriesgando vuestras vidas y dejándoos la piel hasta la extenuación, renunciando a tantas “cosas” importantes, os quiero decir GRACIAS, GRACIAS DE TODO CORAZÓN por ayudar a aliviar ese dolor que me duele. GRACIAS.
¿Y me pregunto… cuánto dolor existe sin que lo sintamos como nuestro? ¿De qué seríamos capaces si convirtiéramos la compasión en el motor principal de nuestra sociedad?¿Cuántos “coronavirus” existen cada día y existirán cuando hagamos que éste desparezca? ¿Seremos también capaces de que nos conmuevan cada uno de esos virus aunque no sean noticia diaria?¿Seremos capaces de que lo que aprendamos como sociedad estos meses se convierta en una forma de vivir, de priorizar y de sentir? ¿Seré capaz de convertirme a través de estos meses en una persona más compasiva?
© Mikel Renteria. Año 2020.