Era una tarde de verano en una casa de campo en la Sierra de Madrid. Un imponente sauce estaba al fondo de una gran campa pintada de césped de un verde que aguantaba el envite del calor de temporada. Vi de lejos su sombra dibujada por sus lágrimas en el suelo. Mi hijo dormía plácido en su silla mientras yo sentía el dolor en la garganta y el peso en el pecho, para los que sólo encuentro desde hace años un remedio milagroso. Cogí aquel cuaderno que me había regalado Mentxu y que había metido en “el botiquín” de la maleta para una eventualidad como la que estaba sucediendo.

No podía haber un sitio mejor para los dos. Avancé con cautela cruzando la campa empujando con una mano su silla, con la mía plegada en la otra, el cuaderno sobre sus piernas y adivinando el fresco al cobijo del viejo árbol. Él no se despertó en el tránsito. Nos acomodé bajo su sombra. En medio de aquel silencio, sólo rasgado por el susurro del crujido de las ramas con la brisa, sentí con claridad lo que me oprimía. Abrí el cuaderno y el bolígrafo en busca de alivio.

Al principio la escribí como una poesía. Salió como un borbotón de letras que daban forma a un torrente de sentimiento retenido. Sí, era un momento difícil, de una enorme soledad, y de sentir que sólo nosotros; en casa, nos entendíamos. Hizo bien su función. Y me dejó absolutamente agotado.

Sólo hace un año la convertí en canción. Es, sin duda, una de mis letras más desnudas; si es que alguna está vestida. Musicalmente le hemos imprimido el carácter del mensaje y es una canción cargada de “peso”.

¿Cuántas cosas que nos pasan las cargamos en la mochila y ya nos acompañan para siempre? ¿Cuántas zarzas nos tatúan el cuerpo de heridas al caminar?  ¿Cuántas veces escondemos esos tatuajes para no ser pesados, aunque sigamos viviendo con ellos, aunque algunas de las heridas sigan sangrando cada día? Nos vestimos de largo para ocultarlas, pero ahí están; dentro; a flor de piel, aunque el tiempo haya pasado y la haya arrugado.

Y, a veces… ¿No os surge la rabia? ¿No se dan cuenta de que aquel día salté por un barranco? ¿Que no ha pasado? ¿Que no hay marcha atrás? ¿Que todo sigue igual? ¿Que vivo en él?

Sí, El Barranco tiene mucho de soledad y de una rabia que no me permito casi nunca. Y también de obligada reflexión ante esa rabia: ¿Descuento yo el dolor de los demás? ¿Lo apago para que no me comprometa ni me resuene?

Y aquí el lyric vídeo que lanzamos antes de que el disco saldría a la luz, por si te lo perdiste:

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© Mikel Renteria. Año 2019