Hace un tiempo que surgió la calificación “Personas con capacidades especiales”. Lo hizo, sustituyendo poco a poco a calificativos que ahora nos suenan mal, pero que eran absolutamente comunes y naturales hace un no tan lejano tiempo, como “subnormales”, “mongolitos” o la más reciente y clarificadora “discapacitados”. Clarificadora, a mi juicio, porque escondía el sentir más común de que son personas que carecen de capacidades que nos parecen las fundamentales y casi las únicas. Capacidades éstas últimas utilitaristas en su mayor parte y, orientadas a la consecución, sin duda deseable, de independencia y libertad. Me gustaría que mi hijo tuviera un buen conjunto de esas capacidades y que su enfermedad no se las hubiera hecho perder y me revuelvo de rabia recurrentemente porque haya sido así. Pero os voy a desvelar un secreto: Jon, mi hijo, tiene superpoderes.
Tiene el superpoder de disfrutar hasta el extremo de cada brizna de aire, de cada rayo de sol que le da a las mañanas a través de las ventanas de su cuarto, de la vibración de cada nota de música de las canciones que le gustan, de un paseo por un bosque oyendo a los pájaros o a las hojas caer, de la compañía de su perro… Él sólo necesita un beso o un abrazo para desplegar una sonrisa que ilumina todo desde dentro y que deslumbra a la tristeza. Y una buena canción cañera para hacerle brotar una carcajada que alimenta. Sí, tiene la enorme capacidad de disfrutar de cosas insignificantes y rutinarias. O, más bien, nos enseña cada día que en ellas está la verdadera felicidad.
Y tiene otro poder fundamental; y es que contagia sus poderes a quien se le acerca de igual a igual, a quien se le acerca con respeto y sin prejuicios, del que se sienta a su lado y sólo le acompaña y escucha en su silencio todo lo que tiene que enseñar. Sí, porque sus extraordinarias capacidades lo son en relación a la felicidad que generan a su alrededor. Y yo me pregunto si no serán ésas las capacidades más interesantes sobre las que hacer un ranking. ¿Cuánto de capaz soy de hacer felices a los que me rodean? ¿Cuánto de sabio soy para que mi vida se guíe por la certeza de que la profunda felicidad es en relación a la que generamos en los demás?
En ese contexto surgió y brotó Sonríe de Nuevo. Sonríe con esa sonrisa digna que alimenta. ¿Cuántas personas conocemos que a pesar de tantos problemas y limitaciones son una fuente inagotable de sonrisas que iluminan el día más oscuro? La canción tomó originalmente la forma de un blues de medio tiempo, pero enseguida nos pidió el cuerpo acelerarlo y darle ritmo. Gracias, hijo. Por tanto.
Y aquí el lyric vídeo que lanzamos antes de que el disco saldría a la luz, por si te lo perdiste:
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© Mikel Renteria. Año 2019