Septiembre está de estreno. La lluvia pinta de humedad las calles, impulsada por el viento que sopla cada una de sus gotas . Algunas corren sobre las rendijas de las baldosas buscando un punto bajo donde descansar. Otras chapotean al golpearse sobre piel de la ría, creando ondas pequeñas que componen sinfonías, antes de sumarse a la inmensidad de otras gotas, que nadan por su cauce, impulsadas por la fuerza de la luna. Rayos cansados de su largo viaje desde el sol, atraviesan sudorosos nubes bajas, iluminando de blanco el lienzo del cielo, que esconde su rostro azulado sobre una limpia sábana vaporosa. Al fondo, los montes se recortan a la vista, escondiendo cimas que limpian sus heridas entre esponjas de algodón…. Te miro, y tú me miras sin mirarme. Te cuento todo esto junto a la ventana del salón. Como cuántas veces desde entonces. Te cojo de la mano, y esbozas tu sonrisa a medio lado. Y de nuevo, vuelvo a sentir aquello que sé desde entonces. Me siento pequeño, minúsculo en la inmensidad del espacio y en el incontenible pasar del tiempo. Un cachito, y un instante. Sí, creo que todos somos así; pequeños, fugaces … y, a la vez, como cada una de esas gotas …. únicos, maravillosos e irrepetibles. Cada una y cada uno de nosotros, llenos de todo un universo singular de vida dentro, a nada que miremos un poquito. Pequeños, fugaces… y frágiles. Y así, siento la enorme suerte de vivir; y de que lluevas tú conmigo.

© Mikel Renteria. Año 2019.