Hoy lo que me sale es agradecimiento. Un profundo, gracias. Hoy, diez años después de aquel diagnóstico, diez años después de la tremenda batalla que hacía que cada día fuera una tortura, Jon sonríe; nuestro hijo es feliz. Y siéndolo, ya nos es suficiente para nosotros también serlo. Y digo hoy, exactamente por hoy y por este instante escribiendo estas líneas en el asiento de una furgoneta un domingo a la tarde, con el ordenador sobre las piernas mientras suena el Honky Tonk de los Stones en la radio. Porque estos diez años nos han enseñado y, nuestro hijo nos ha enseñado, a disfrutar de cada buen momento como si las horas no pasaran y, a hacerlo con una intensidad abrasiva. Hoy siento la enorme gratitud de sentirme vivo. Sí, lleno de esa vida que es tan improbable, tan frágil. Lleno de ese gusanillo en el estómago que nace de las ilusiones, de los retos, del amor, de las ganas de sorber con intensidad cada rayo de sol y de aprovechar cada sombra para refrescarse. Me siento repleto del poder de ser feliz hoy y de que eso sea suficiente por hoy. A que todo hoy sea este momento que no miden los relojes. Pleno de determinación a que el mañana no duela hoy, a no abrir el paraguas antes de tiempo, a seguir paso a paso buscando un futuro que acepto construirlo de esa manera, atento al camino para no dejar pasar ni un instante y para perdernos juntos en cualquier paraje que lo merezca. Pasos a veces cojos, a veces largos, otros cortos, a oscuras, o deslumbrados, a veces en tus brazos, a veces tú en los míos, a veces a saltos, otros doloridos, a veces rodados, a veces bailando y otras pensando en “¡que nos quiten los bailados!”. Me siento pequeño, como de niño, libre y dando saltos en pelotas, embarrado y muerto de risa, comiendo frambuesas a la orilla de un río, mientras estoy aquí bien sentado y quieto escribiendo con el motor encendido. Y todo, todo es, por que tú hoy me has sonreído.

© Mikel Renteria. Año 2019