Volvíamos del ingreso. Debíamos tener mucho cuidado con cualquier otro posible foco de infección y, por eso, debíamos permanecer en casa con Jon. Como si estuviéramos en la habitación aislada del hospital.

La enfermedad seguía avanzando. El lenguaje de Jon se hacía cada vez más precario. Le costaba tanto emitir las palabras que quería decir, que casi “le daba vergüenza” hablar. Era muy doloroso para todos en casa y, éramos conscientes de que eso sólo era el comienzo del camino. Sabíamos que pasarían muchos meses hasta que, quizás, el trasplante hiciera efecto y que en ese tiempo(unos 18 meses), la enfermedad seguiría avanzando. Éramos conscientes, pero una cosa era saber y otra era tener que sentirlo cada día; cada semana en ese avance.

Entretener a Jon se estaba convirtiendo en una tarea complicada. Sólo había un refugio…. LA MÚSICA. A Jon le apasionaba la música desde muy pequeño. Le gustaba mucho la música que había ido oyendo en casa y en el coche. Música de todos los géneros, pero especialmente el rock: La Creedence, Clapton, Neil Young, Springsteen, los Rolling, Lou Reed, Dream Syndicate… también era fan absoluto de Platero y tú y de Fito… y… lo que más le gustaba era “la caña”: Nirvana, ACDC, Rage Against The Machine… “¡Aita, ponlo más alto! ¡A tope!”.

Las audiencias en casa se alargaban a lo largo del día mientras el sol entraba por el ventanal del salón de casa que retumbaba con la presión de las ondas que transportaban de manera segura a Jon y a nosotros con él cabalgando sobre ellas, a la calle; al mundo que ahora mismo resultaba una amenaza inalcanzable.

Desempolvé la guitarra que tenía abandonada en un rincón de casa. Aquella maravillosa acústica Alhambra que compré enamorado de su sonido muchos años atrás, después de haber vendido la eléctrica cuando dejamos el grupo. Sí, aquel grupo en el que tocaba la eléctrica en tiempos de la universidad, cuando mi cabeza vestía una cabellera del estilo de los Jackson Five. Aquella cabellera que inspiró a mi peluquero de la época a decirme…”Otra cosa no sé, Mikel, pero … calvo, desde luego, que no vas a ser nunca”. Me encantaría volver al pasado para responderle “Otra cosa, no sé, majo, pero adivino, no eres”. Frase que remataría con un agrio insulto.

Sí. Afiné las cuerdas oxidadas, doloridas y empecé a tocar junto a Jon en el salón de casa. Y me di cuenta, de que me curaba un poco.

©Mikel Renteria. Año 2019.