Ya estábamos en casa. El concepto de “casa” para Jon era mucho más allá de lo familiar o geográfico. “Casa” significaba que todo volviera a lo de antes. Aunque no lo expresara, no cabe duda de que él manejaba esa perspectiva. Como si todo lo que hubiera vivido los meses anteriores fuera una mala suerte de pesadilla pasajera de la que se despertaría al llegar al umbral de su “casa”. No hubo cosa semejante, pero el cambio frente “al sitio” era tremendo. Dormir en su cama; estar con sus hermanos … todo era un adelanto del paraíso por llegar. Disfrutó como un chipirón de su primer día y de la primera noche. Se durmió plácidamente en ..”¡Mi cama! ¡Mi dulce cama!”.

Y como todas las noches le dije la frase que no falta ni una desde entonces … “Duerme hijo … Duerme mucho… Y sueña cosas bonitas, enano”.

Despertamos después de una noche alterada por los ritmos de dosificación de las medicaciones. Al día siguiente debíamos ir al Hospital de Cruces, a diez minutos en coche, para comenzar el traspaso de responsabilidades y para controlar una infección de orina que se había convertido en muy molesta. Cualquier bacteria, cualquier virus, desde su pequeñez, era un enemigo gigantesco para Jon en su estado de inmunodepresión.

Hoy, febrero de 2019, Jon se ha despertado en aquella misma cama después que ayer se durmiera muerto de risa con la música macarra que le dejamos puesta en su cadena de música con el volumen al seis. “Más alto no, tío, que los vecinos nos van a cortar las … Y … escucha…enano…”. Entonces su boca permanece abierta y sus ojos fijos hasta que escucha la frase que es la antesala de una noche de aventura de vaya usted saber qué. Y tras la frase y el ruego, llega la sonrisa de aprobación como si dijera… “eso es.. aita. Bien dicho”. Sí, a soñar. Seguro que hoy también ha soñado en muchas de esas cosas que merece soñar; que todos merecemos soñar en la medida en que no las vivimos de día más que como anhelos. Quizás hoy haya soñado que corría por una campa, que metía cien canastas seguidas, o… vete a saber si que era un campeón, que ganaba un Goya.

Y como si cada día fuera navidad y entráramos con sigilo para ver si “¿Han llegado los reyes?”, hoy, como siempre desde entonces, a la mañana hemos abierto la puerta de su cuarto esperando el regalo. El regalo que hace que muchos días amanezcan con una luz especial. La luz de una sonrisa única que hace que el mundo se vuelva del revés y todo esté iluminado dentro de ella. Una luz que ilumina desde todos los puntos cardinales alejando cualquier sombra, porque ilumina desde la retina y desde dentro de todo lo que vemos. “¿Se ríe?¿Se está riendo?” “Sí Mentx”. Y el día, ya es bueno; aunque sea por un rato; uno que convertimos en eternidad.

“Jon, vamos al hospital. Al de aquí. Vamos en coche. Es sólo unas horas”. No le hizo gracia. Quería quedarse en casa esperando a que todo volviera a su lugar. Pero su lugar había cambiado. Así que allí nos plantamos. En el Hospital de Cruces. Llegamos para descubrir a otro equipazo. A Jon le habían encuadrado en la especialidad de oncología infantil. Si bien Jon no tenía cáncer, sus necesidades y posibles complicaciones sí que se acercaban a las de otros niños con tratamiento de quimioterapia o que hubieran pasado por un trasplante de médula como él. Efectivamente, compartía bastantes efectos y tratamientos, pero Jon era un reto tremendo para el equipo por lo que sí que era específico de su enfermedad.

Tras toda una mañana de revisiones por parte de diferentes especialistas nos volvimos para alborozo de Jon que no confiaba un pelo en que aquella visita fuera de ida y vuelta. Sí, volvíamos aunque dejando al equipo preocupado y alerta por la infección.

Pero aquella noche, de nuevo, soñaríamos en casa. Y…”que nos quiten lo bailao”.

(Foto del 3 de Febrero de 2019. “Luz de mañana”)

© Mikel Renteria. Año 2019.