Era 13 de enero. Todo había ido “a la carrera” porque las decisiones se habían acelerado en los últimos días haciendo que fuera posible volver a casa, con muchas cautela. Todo estaba cogido con pinzas. Habíamos comprado los billetes de avión por internet, recogido a la carrera los enseres básicos y habíamos decidido dejar casi todo en la casa de alquiler. Teníamos que ir con la mochila ligera. También dejaríamos allí el coche “Ya volveremos a por él”. Todo era atropellado, pero el objetivo era claro: “Jon tenía que vivir todo esto en casa”. Así que echamos carbón a tope a la caldera y cogimos velocidad; velocidad, y una inercia imparable. Una inercia que estaría por encima de cualquier dificultad.

Vivimos aquellos últimos dos días antes del 13 con risa histérica permanente rompiendo todas las barreras que iban apareciendo, hasta que llegó el día. Nos habíamos coordinado con el equipo de Moraleda para vivir el momentazo todos juntos. Todos queríamos vivir aquello en directo después de la permanente insistencia diaria de Jon a todos y cada uno de nosotros. Y brotó la voz de Mentxu: “Jon, cariño, nos vamos ¿Me entiendes?”. Parecía no haberlo escuchado, pero de repente se le iluminaron los ojos. “¿Has dicho que nos vamos?” y, casi seguido…”¡¡¿A casa?. ¿Que nos vamos a casa? !!”. “Sí, enano”. “¿¡¡¡ En serio !!!? ¿Ahora? ¡¡ ¿Ya??”. Se bajó de la cama aún con la vía central puesta. Uno de los enfermeros le contuvo “Hey!! Espera un poco que te tengo que quitar “el pincho””.

Habíamos preparado el protocolo que seguiríamos en Bilbao. en varias reuniones con los médicos. Sería un proceso muy estricto de seguimiento y reporting diario por nuestra parte. Pero antes, teníamos que viajar a Bilbao. Un conocido de unos amigos nos llevaría al aeropuerto de Alicante desde allí. Nos despedimos de nuestra nueva familia murciana entre abrazos, sonrisas, besos, lágrimas, muchísimo nerviosismo… y nos montamos en el coche que nos esperaba en el parking del hospital Virgen de la Arrixaca; “el sitio” como le llamaba Jon.

Llegamos al aeropuerto de Alicante. Necesitaríamos toda la fuerza de la inercia que habíamos cogido porque sabíamos que era posible que tuviéramos muchos problemas para que nos dejaran volar con Jon. Y es que la verdad es que la escena para cualquiera que nos viera era dantesca. Jon debía ir en silla de ruedas por seguridad y porque estaba tremendamente débil. Llevaba una mascarilla para protegerse de posibles virus, bacterias y demás enemigos que podrían atacarle gravemente por su inmunodepresión. Y, claro, estaba calvo por el proceso de quimioterapia. Pero la locomotora iba a toda máquina. Iba a ser muy difícil pararnos.

Allí nos plantamos sin avisar a la compañía aérea, en la puerta de embarque del vuelo a Bilbao con un niño calvo, claramente enfermo, en silla de ruedas, con mascarilla y aguantando la risa histérica para tratar de trasladar seriedad a la situación. Bueno, Mentxu y yo manteníamos la compostura a duras penas pero Jon estaba tan feliz que no paraba de descojonarse. Nos acercamos para hacer el check in con una sonrisa amable en la cara y le dimos los DNIs como si no pasara nada y la cosa fuera de lo más normal del mundo. Pero la verdad es que la escena era …bastante….. anormal. Mentxu y yo tratábamos de tapar de la vista del operador con nuestros cuerpos a Jon. Pero… claro… no funcionaba. Jejej, hasta que … “Perdonen… pero… su hijo… ¿está enfermo?”. Y yo… pensaba para mis adentros …”Madrelamorhermoso, Mikel, contente para no decir alguna pollada”. Porque lo que me salía era responderle que estaba disfrazado pero que estaba perfectamente “como una lechuga, oiga”.

Se creó un buen revuelo. Finalmente les contamos la situación. “Debemos volver a Bilbao hoy. Jon no es ningún riesgo para el pasaje ni para el vuelo. Está perfectamente estable, puede andar y, la mascarilla es para protegerse él; no para no contagiar nada. No tiene nada contagioso”… La verdad es que sonaba fatal. Y el operador hizo lo que tenía que hacer. “No pueden volar. Para poder volar, el equipo médico de la compañía debería emitir un informe favorable. Deberían haber comunicado la situación a la compañía hace días ….”. Todo sonaba razonable y muy profesional, pero nosotros íbamos en una locomotora sonriente pero sin frenos. “No ha habido forma de hacer esto de otra manera con antelación. Volvemos a Bilbao por prescripción médica de urgencia. Todo el protocolo está diseñado por un equipo del servicio publico de salud de Murcia en coordinación con la dirección médica de Osakidetza. Debemos montarnos en ese avión. No hay marcha atrás. Aquí tienen todos los informes médicos. Si quieren hablar con los responsables les ponemos en contacto ahora mismo, pero no podemos retrasar el asunto y perder el avión”. El tema se alargó y se montó mucho barullo, en medio del cual, todo el personal de la compañía se fue enamorando de Jon, claro. Todo el mundo olía el humo de determinación de la caldera saliendo por la chimenea. Sí… “éramos mucho toro”. Jon tenía que dormir aquella noche en casa.
Finalmente apareció la grieta: “Sólo hay una posibilidad. Y es que el capitán, bajo su responsabilidad lo autorice”. “Perfecto ¿Quiere que hablemos con él?”. “No, no, nosotros hablamos con él”, respondió casi asustado (jeje). “Pásenme toda la documentación” respondió.

En la fila 1. Allí nos colocó el capitán. “Vamos en business, enano…jeje”. Jon no había parado de reír desde que habíamos salido de “el sitio”. Íbamos a casa. ¡ Iba a ver a Andoni y a María en unas pocas horas !

Aterrizamos en Bilbao. Nos esperaban con una silla de ruedas para Jon. Nos habían venido a buscar con Andoni. No nos veíamos desde hacía algo más de un mes. Vino hacia nosotros corriendo con lágrimas corriendo por toda su cara. Nos abrazamos los cuatro alrededor de Jon, como hemos hecho tantas veces desde entonces. Jon no paraba de reír histérico.

Nos montamos en el coche. Jon y Andoni juntos en el asiento de atrás. Jon no paraba de hablar y contarle a Andoni mil cosas como una metralleta. Andoni de vez en cuando trataba de interrumpirle y le hacía preguntas, pero Jon no respondía a ninguna. Hasta que Andoni finalmente lo preguntó … “ Pero, ama, aita, ¿por qué no me responde? Es como si no me oyera. ¿No me oye?”.

Sí. La batalla no había hecho sino comenzar.

Pero ya estábamos en casa.

(Foto Andoni y Jon en 2008 en Ronda)

© Mikel Renteria. Año 2019