Seguiré con la historia pero hoy ha salido una reflexión que quería compartir con todos y todas vosotras:
Siento que tenemos muchísima suerte. Entendiendo para la primera parte de esta reflexión por “suerte”, esencialmente, el sentimiento anterior al agradecimiento a alguien que la provoca y no la consecuencia de la aleatoriedad que hace, entre anécdotas de otra índole, que nazcamos en un punto geográfico determinado o en el seno de un entorno familiar más o menos favorecido.
Siento agradecimiento a infinidad de personas y a sus decisiones cargadas de sacrificios, renuncias, generosidad, lucidez, valentía, altura de miras, ingenio, esfuerzo, sentido de justicia … Sí. Siento profunda gratitud hacia esas miles, probablemente millones, de personas a las que en su grandísima mayoría no he conocido, ni estudiado ni sabido de su existencia, pero que han construido algunos de los aspectos loables de nuestra sociedad a lo largo de la historia de la humanidad. Personas que han recogido el relevo de sus antepasados, han luchado por mantenerlo y se han esforzado por agrandarlo en el pequeño tramo de senda temporal que es la vida de cada uno de nosotros. Siento agradecimiento a todas esas personas y sus vidas por muchas “suertes”, que me han regalado. Hoy me gustaría poner sobre el tapete una de ellas por la que me siento especialmente agradecido.
Nuestro hijo Jon, vive. Esto se debe a un sumatorio de múltiples factores de su entorno sociológico-geográfico-temporal. Hay una de las materializaciones de esos factores, que ha sido fundamental e imprescindible, y sin el cual, mi hijo no viviría, casi sin ningún género de dudas. Y ese factor es el estado del bienestar, y más específicamente una de sus más importantes concreciones: LA SANIDAD PÚBLICA.
Todo el proceso clínico de Jon se ha sustentado desde el servicio público de salud en todas sus fases, incluyendo incluso las pruebas complementarias en París, al ser necesarias para la toma de decisiones, los estudios genéticos, los ingresos, los tratamientos y propio proceso de trasplante de médula. Todo ello, en un proceso coordinado de trabajo entre servicios de salud de diferentes comunidades autónomas e, incluso, entre diferentes países desde el enfoque de los servicios de excelencia basados en centros de referencia especializados. La alternativa privada equivalente era Minneápolis que, en términos económicos, tiene un coste para los pacientes, sin tener en cuenta los gastos asociados al desplazamiento, superior al millón de dólares.
Pero, además, no sólo es el “cuánto” sino el “cómo”. Y eso tiene que ver con la excelencia del sistema público de salud y la enorme vocación por curar y cuidar de la gran mayoría de las personas que intervienen en él. Calidad, calidez y compromiso, dinamizando una de nuestras grandísimas “suertes”.
Y creo que, ese agradecimiento, y esa percibida y sentida “suerte” se debe convertir en una responsabilidad. O eso siento yo, al menos. Siento la responsabilidad por un lado de honrar reconocer y agradecer nuestra enorme suerte, y por otro lado el de aportar para que hoy el sistema se mantenga. No solo en forma de la imprescindible denuncia cuando consideramos que otros ponen en riesgo el sistema, sino también en forma de nuestras internas convicciones y pequeñas o grandes decisiones personales y colectivas. Decisiones que sabemos que si son guiadas por los mismos atributos que reconocemos en los constructores a lo largo de la historia de esta realidad (sacrificios, renuncias, generosidad, lucidez, valentía, altura de miras, ingenio, esfuerzo, sentido de justicia) harán sin duda que el sistema pueda pervivir superando cualquier barrera. Si cada uno de nosotros nos exigimos en la medida de nuestras posibilidades y de nuestras pequeñas o grandes decisiones y ponemos nuestro foco en el mantenimiento de cada una de estas “suertes”, sin duda honraremos a nuestros predecesores, nos haremos merecedores de esas “suertes” y estoy convencido de que conseguiremos iluminar el camino. Un camino que nos lleve de facto a poner estas “suertes” como prioridad en cualquier agenda pública desde nuestra opinión y actuación política, que no sólo se ejerce en el voto, y también en cualquier estrategia privada, desde la fuerza de nuestras decisiones sobre el consumo y opinión. Y entonces conseguiremos mantener estas prioridades gracias a nuestras enormes capacidades como sociedad. Sin duda. Y, entonces, nos podremos sentir, no sólo agradecidos por la herencia recibida sino también, con el derecho a nuestra “suerte”.
Sí, creo que tenemos esa responsabilidad; o yo, al menos la siento. Pero además, extiendo la responsabilidad cargando en esta parte final mi reflexión al término “suerte” con los factores que excluí al principio; y son los factores de aleatoriedad que hacen que, por ejemplo nazcamos en uno u otro ámbito geográfico, sociocultural, de nivel económico o de cualquier otra índole. Porque, siento, como padre y como ciudadano, que también tenemos el reto de enriquecer las “suertes” recibidas; de aportar a nuestros venideros en este planeta un paso más allá que haga que estos bienes sean mejores que los recibidos y los sean universales, y por tanto éticos. Hoy, en mi reflexión esa “suerte” es la sanidad pública.
Sí. Me gusta soñar con un mundo en el que mi hijo viviera hoy hubiera nacido en el lugar del mundo en el que hubiera nacido y en el contexto socioeconómico en el que hubiera nacido. Y lo mismo para los hijos de mis hijos; y para los hijos de tus hijos.
¿Y, sabes qué? Que estoy convencido que si muchos lo soñamos seguro que algún día, como humanidad, lo hacemos realidad.
(Foto de la habitación de uno de los ingresos de Jon en el Hospital de Cruces)
© Mikel Renteria. Año 2019