Sí. Lo confirmamos unos días después. Aunque parecía imposible, el cuñado de Filip, mi socio checo que trabajaba en Praga, era uno de los responsables del equipo de Minneápolis. Contactamos con él y le mandamos toda la información diagnóstica de Jon. Le pregunté específicamente por el tratamiento complementario especial del que habíamos leído con antioxidantes. Se suponía que favorecía la protección del cerebro ante lo tremendamente agresivo del tratamiento que debería afrontar nuestro hijo. Entendíamos que sería muy difícil que se prestaran a aplicar a distancia el tratamiento, y, además, Moraleda, la persona a cargo del trasplante debería, en cualquier caso, estar de acuerdo con hacerlo.

El 10 de diciembre salimos hacia Murcia. En las semanas previas, unos amigos nos habían conseguido alquilar un pequeño piso a unos 400 metros del hospital en el barrio de El Palmar. Con una habitación y un baño nos era suficiente. Nos habían adelantado que durante varias semanas sólo uno de los dos podríamos estar con Jon en la habitación a la vez, con lo que la casa serviría para turnarnos o para tomarnos pequeños descansos. La verdad es que estábamos muy preocupados por esto. Varias semanas sin poder estar juntos en esta situación…

Llegamos al hospital Virgen de la Arrixaca donde viviríamos algunos de los momentos más duros de nuestras vidas y, donde a la vez, descubriríamos a algunas de las personas más maravillosas con las que hayamos caminado. Nada más llegar ingresamos. Debía empezar el acondicionamiento de Jon para recibir el trasplante. Conocimos en persona al doctor Moraleda y a todo su equipo. Sólo hicieron unas pocas horas para saber que nos acompañaba el mejor equipo para el viaje que nos aguardaba.

Comenzó el acondicionamiento. Eso suponía una quimioterapia salvaje que debía barrer su propia médula ósea y que afectaría también a los síntomas que presentaba nuestro hijo. Por otra parte, planteé el asunto del tratamiento con los antioxidantes a Moraleda. Todos los más grandes médicos con los que nos ha tocado tratar en los últimos años han tenido un ingrediente común: la humildad. Cuanto más grandes, más humildes. “Mikel, pásame los papers que has leído sobre el tratamiento y dame sus contactos”.

Pasaron los días y, a parte de lo más visible, que era que Jontxu se quedó sin pelo, él se daba cuenta de todo lo que estaba pasando y sentía muchos cambios en su cuerpo. Se acercaba la navidad y estaba preocupado por el Olentzero y los Reyes Magos “ ¿Aita, ama, ya sabrán encontrarme aquí?”. Justo acertábamos a responderle con un “Tío, que son magos!! Lo saben todo, melón!

Dos noticias importantes sucedieron en esos días: Moraleda, tras estudiar la documentación, se puso en contacto  con los americanos y acordaron darle el tratamiento de antioxidantes a Jontxu. ¡¡Increíble!! Sí, Jon tendría el mejor tratamiento posible ya que los antioxidantes habían demostrado mejorar las tasas de supervivencia en los niños trasplantados en América. Teníamos lo mejor de París y de USA aplicado en nuestro hijo. La segunda noticia nos la contó Moraleda en una de sus innumerables visitas: “Chicos, no vamos a aplicar el protocolo por el que sólo podría haber una persona durante las semanas de inmunosupresión. Podréis estar los dos turnándoos bajo estrictas medidas higiénicas.” Entendieron que nuestra situación se escapaba de la norma, entre otras cosas, al estar solos en Murcia.

En Bilbao, la vida continuaba como podían. Con nuestra familia al pie del cañón y muchas personas que nos ayudaron a dar una vida lo más normal posible a Andoni y María. Hablábamos con ellos todos los días explicándoles el proceso y cómo estaba Jon. Bueno… el propio Jon les contaba su versión.

Debía estar en la cama de manera permanente.  En unos diez días de quimioterapia, en los que no me voy a extender, no había restos de su propia médula ósea en su cuerpo. Mientras, en Bilbao, María con sus dos añitos y medio, había estado recibiendo el tratamiento previo a su donación. “Cariño, tienes que darle a Jon unas células de tu cuerpo y, por eso, durante varios días te van a dar unas inyecciones”. Nunca rechistó.

Era 23 de diciembre. Dos familiares habían traído el día anterior a María a Murcia. Mientras Mentxu estaba arriba con Jon en la habitación yo estuve con María en el proceso de donación desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. La chiquitina estaba asustada, aunque, yo creo que, aunque no lo demostrara, yo lo estaba aún más. Sabía que se trataba de un procedimiento de bajo riesgo, pero… ¡era tan pequeña! Durante esas horas estuvo conectada a través de una vía central a la máquina que iba filtrando toda su sangre y extrayendo las células madre de su médula hacia una pequeña bolsita. Se hizo largo, aunque estuvimos echando las risas que podíamos con tonterías variadas de las que gustamos en nuestra familia. Orgulloso de ella y de su valentía. Mentxu bajó para el momento en el que sacarían el catéter a María y yo subí a la habitación de Jon.

Ya era de noche; la noche del 23 de diciembre, cuando entró Moraleda y varias personas de su equipo con un carro y una pequeña bolsita. Nos lo había advertido los días anteriores. El momento del trasplante tenía cierto riesgo porque el corazón sufría bastante y había que ser cauteloso. Por eso, sobre el carro estaban las palas de reanimación. Llamé a Mentxu. “Sube, ya están preparados”. Llegó Mentxu y, Moraleda que, a esas alturas se había convertido para nosotros en un hermano, nos enseñó una pequeña bolsa como las de los medicamentos intravenosos, de cerca. Contenía un líquido denso en la que se adivinaban células portadoras de esperanza. Era la médula de María. Moraleda expresó un “Vamos allá”. Introdujo el “líquido” en una jeringa grande. Mentxu y yo estábamos en una esquina de la habitación abrazados y apenas aguantando la respiración. “Chicos, atentos a las constantes de Jon”, dijo a su equipo. Introdujo la jeringa en el catéter y comenzó a infundir las células en Jon en un proceso de no más de tres minutos en medio de una extraña paz. Jon, no sólo no se sobresaltó, sino que, extrañamente … se durmió. Sí. Para sorpresa de todos, se durmió, como si por fin descansara después del duro camino de los meses anteriores hasta ese momento. Y, tras comprobar que las constantes vitales de Jon continuaban bien, Moraleda se acercó hacia nosotros sonriente y dijo … “ Ya está “

(foto en París, Dic de 2008)

© Mikel Renteria. Año 2018