Sí. Apostamos por la vida. ¡ Y por el trabajo ¡ Teníamos por delante una dura batalla. Desde hacía semanas que habíamos llegado a la conclusión de que si el médico de París nos daba el ok, debíamos realizar el trasplante … en Murcia. A nosotros también nos sorprendió al principio que el lugar más adecuado del mundo para nosotros fuera Murcia. Habíamos descubierto que era una Comunidad que se había especializado, sobre la base de una inversión sostenida, en tratamientos en terapias celulares. Y, en concreto, había una persona, José María Moraleda, que años más tarde sería el presidente de los hematólogos de España, que dirigía un equipo alucinante en el hospital Virgen de la Arrixaca. Moraleda trabajaba con el médico de París en el ensayo clínico de la terapia génica que se había descartado para Jon. Habíamos hablado en las semanas anteriores, pero, esta vez, a punto de despegar desde París, la conversación tenía tintes operativos. Era el 1 de diciembre.
“José María, ya hemos estado con Aubourg. Hemos decidido hacerle el trasplante a Jon. Debemos hacerlo lo antes posible. Ahora lo que necesitamos es que tú lo veas factible”. Él esperaba mi llamada. “Mikel, he hablado con Aubourg. Vamos adelante. Voy a tratar de organizarlo todo para que el trasplante se pueda realizar antes de fin de año”. Suspiré aguantando las lágrimas como después de una larga carrera, con la diferencia de saber que después de entrar en la meta, empezaba otra carrera aún más dura. Moraleda continuó “Son unas fechas malas, porque nos va a pillar las navidades en medio del trasplante. Pero…vamos adelante. Estamos en contacto estos días”. Dios mío. Lo habíamos logrado. Había una esperanza real de poder hacer algo. Aunque sabíamos que sería tremendo, el camino estaba trazado. Podíamos hacer el trasplante en Europa. La opción de Mineápolis ya no era necesaria con la batalla añadida de conseguir el millón de euros requerido. La única pena era que habíamos leído que allí estaban aplicando una novedad dando a los pacientes unos antioxidantes superpotentes a lo largo del trasplante que mejoraba los resultados.
Yo seguía trabajando, como podía, en mi empresa como director de I+D, con el alma rota. Continuaba yendo a la oficina o trabajaba a las noches desde casa. Dentro de mis labores estaba la de la dirección de proyectos internacionales de investigación. Y quiso la casualidad que, uno de los proyectos más grandes que dirigía finalizaba tras tres años de andadura, precisamente los días 3, 4 y 5 de diciembre con una auditoría por parte de la Comisión Europea. Así como otros proyectos los coordinaban otras personas de mi equipo, éste, lo coordinaba yo directamente y, a pesar de que la empresa me tranquilizaba para que no fuera a la auditoría, Mentxu y yo decidimos que debía ir. Había aterrizado de París el día 1, estaba en medio de los preparativos del trasplante, con mil y un asuntos que organizar pero decidimos que debía ir a Barcelona para coordinar la auditoría. El día 3 salí de casa sin poder contener las lágrimas. Todo mi cuerpo y mi alma me pedían quedarme en casa abrazado a Mentxu y a mis hijos. Pero cogí el taxi al aeropuerto.
Jamás pensé que aquella decisión; la de ir a la auditoría tendría una importancia radical en nuestra vida, como veréis.
El proyecto que coordinaba estaba compuesto por un equipo de investigadores de 6 países europeos. Allí estaba yo el día 3 y 4 de Diciembre organizando con todo el equipo las presentaciones y la documentación para la auditoría que tendría lugar el día 5. La responsabilidad era enorme, en un momento en el que una buena parte de mi cabeza estaba en casa; y en Murcia. Yo no había contado nada a los socios del proyecto sobre lo que me estaba sucediendo. A lo largo de las maratonianas sesiones de preparación fui recibiendo llamadas por parte del equipo de Moraleda y tuve que hacer otras tantas, con lo que interrumpí al equipo de más de veinte personas en varias ocasiones para asombro de los socios. Filip Zelezny se había convertido en mi mano derecha dentro del proyecto. Él representaba a un brillante equipo de la República Checa que él dirigía desde la Universidad Técnica de Praga. Fue la noche del día 4 de diciembre cuando, extrañado, me preguntó: “¿Mikel, te pasa algo? ¿Por qué estás interrumpiendo las reuniones?” Le conté lo que me estaba pasando. Merecía saber por qué estaba cortando el ritmo de la preparación. Le relaté la historia desde el diagnóstico de Jon dos meses antes. Le expliqué la enfermedad. Tras tres años trabajando en el proyecto habíamos tejido un grado de amistad que hizo que me abrazara, ciertamente afectado. “Filip, estoy interrumpiendo las reuniones, porque estamos organizando el trasplante. Lo vamos a hacer bajo la supervisión del médico de París. Hay sólo dos equipos en el mundo que traten esta enfermedad y, hemos conseguido que el de París decida permitirnos hacerlo”.
Filip me miró aturdido, pero vi cómo abría los ojos de una manera extraña y entonces lo dijo medio balbuceando: “Mikel… mi cuñado trabaja en Estados Unidos….” Su aturdimiento se convirtió en nerviosismo. “Dirige un equipo de investigación en una enfermedad muy parecida a la que me has relatado que tiene tu hijo. Trabaja en Minnesota. En la ciudad de Mineápolis”
Era una casualidad imposible. No entraba aire en los pulmones. Todo se paró y me costó entender que estaba despierto y no soñando. No; ninguno de los dos estaba soñando. Aquello sería fundamental en las próximas semanas y quizás hizo que Jon hoy esté con nosotros.
© Mikel Renteria. Año 2018