Habían pasado algunas semanas desde aquel trece de octubre. Parecía un suspiro y, a la vez, como si en ese transcurso hubiéramos vivido varias vidas. En paralelo con esta batalla continuábamos con nuestros trabajos. Mentxu como profesora de bachillerato y yo como director de I+D de una empresa industrial. Dentro de las tareas de mi trabajo estaba la coordinación de proyectos internacionales de investigación, especialmente en proyectos de ingeniería e inteligencia artificial. Cuento esto porque, precisamente uno de esos proyectos tendría una relevancia insospechada y fundamental en lo que pasaría con Jon en los siguientes meses. Ya llegaremos a eso.

Pero volvamos a la resonancia de Noviembre en la que era necesario confirmar si, a pesar del daño, el cerebro de Jon continuaba sin inflamación. Sabíamos perfectamente que Aubourg, el médico de París, no confiaba en absoluto en ello y que si sus augurios se confirmaban, el cerebro de Jon estaría inflamado en este momento y procedería a rechazar la posibilidad del trasplante. Entramos con Jon a la instalación de los radiólogos en Bilbao. Vivimos la resonancia en tiempo real con ellos. Y una vez hecho un primer barrido, llegó el momento de meter el contraste para evaluar la inflamación… Si la había, la puerta del trasplante no se cerraba; si lo había, no cabría otra posibilidad que aventurarnos hacia la rocambolesca opción de Minneápolis.

Las palabras salieron a través de una sonrisa emocionada que auguraba buenas noticias:  “Chicos, la resonancia está sustancialmente igual que la anterior. Y no se percibe proceso inflamatorio”. ¡No había inflamación! Nos abrazamos y zarandeamos al jefe de radiología. El pasillo de salida del laboratorio ya se nos hacía familiar, aunque en esta ocasión estaba claramente pintado de otro color más luminoso según avanzábamos abrazados. Yo tenía una de aquellas escasas Blackberries que eran los primeros dispositivos móviles que permitían mandar mails. Gracias a ella le pudimos mandar un mensaje a Aubourg sentados en el coche informándole de la falta de inflamación y de que le enviaríamos las imágenes por correo postal.

Teníamos una donante, no sólo compatible sino idónea, a pesar de que el daño era superior a los criterios estándar no había inflamación, el resto de parámetros eran adecuados para el trasplante. Entendíamos que todo apuntaba a que Aubourg prescribiría el trasplante o, al menos, no tendría argumentos para rechazarlo.

Su respuesta tardó unos días y se produjo tras estudiar por sí mismo las imágenes de la segunda resonancia. Y no fue la respuesta que esperábamos. “Estimados Mikel y Mentxu, no tengo tomada una decisión clara respecto al caso de vuestro hijo. Es necesario que vengáis con Jon a París para que le realice una exploración yo mismo y poder tomar una decisión definitiva”.

¿Más pruebas?¿Más pasos?

No imaginábamos lo que nos aguardaba en nuestra visita a Aubourg en París.

© Mikel Renteria. Año 2018